sábado, 28 de febrero de 2009
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viernes, 27 de febrero de 2009
El tópico de los tópicos.
Queremos huir de ellos, pero no lo conseguimos. Los tópicos siempre están presentes, pues forman parte de nuestra pequeña base de datos cerebral. Por norma general, solemos adjudicarles un sentido negativo, pero esa concepción negativa de los tópicos no es más que otro tópico. Porque, en definitiva, ¿Qué son los tópicos, sino, más que una idea preconcebida y simplista de cómo son o deberían ser las cosas?
Partamos de la base de que el conocimiento absoluto es inalcanzable. Nuestros pocos y ridículos centímetros cuadrados de masa cerebral jamás podrán alcanzar a almacenar las toneladas y toneladas de conocimiento universal… por razones obvias. Debemos entonces simplificar la realidad, tomar pinceladas de lo que vemos: crear tópicos. En este sentido, ¿No es todo lo que nos rodea, entonces, un tópico?
Pongamos un ejemplo. Aquí tienen la portada de la revista Vogue, en su versión americana, del pasado diciembre de 2007. En ella, Penélope Cruz se rodea de los tópicos más tópicos de la sociedad española. No faltan las batas de cola, los toreros y el flamenco. Olé.
Recuperemos la anterior teoría; ¿Por qué motivo los americanos disfrazaron de esta manera a Penélope? La respuesta no es otra que la simplificación. La simplificación de lo poco que sabemos sobre otra persona o sociedad.
Y es que los tópicos no mienten; ¿acaso no existen las folclóricas, los toreros o los cantaores? Se trata simplemente de una caricatura que no tiene otro origen que la ignorancia –en el sentido más inocente de la palabra-. Han utilizado esa idea preconcebida y simplista de la que hablabamos anteriormente para ofrecer una imagen que, a nuestros ojos, es completamente sintética y falsa. Aunque para los suyos, sea de lo más auténtico.
En el mundo del arte y la cultura, es prácticamente inevitable recurrir a estos tópicos. No es algo malo, pues los consumidores necesitan elementos de referencia para entender mejor los mensajes. Y en nuestro caso, qué mejor referencia que el flamenco y la sangría… por mucho que nos pese. Lo malo es tomar esta simplicidad caricaturesca como verdad absoluta. Y eso, muchas veces, es difícil.
Ahí está el peligro, porque como bien sabemos, no todos vamos vestidos por la calle de toreros… ni todos sabemos bailar flamenco.