De hecho, este señor se había dedicado a recopilar objetos varios durante las últimas décadas. Un colmillo de tiburón que apareció en medio del desierto –imagínense el tiempo que habría pasado allí-, un saco de La Poste francesa –correos- que cayó al desierto repleto de cartas durante la Segunda Guerra Mundial, una bicicleta francesa de la época colonial o un baúl tradicional marroquí pintado a mano hace más de 100 años. Todo ello colocado con esmero cuál museo por las paredes y estanterías de su casa.
A pesar de negarnos, por respeto, a beber o fumar puesto que era época de ramadán, tras las insistencias de este buen hombre –de cuyo nombre no puedo acordarme- aceptamos y mantuvimos, acompañados de un buen té a la menta -él no probó ni una gota, claro-, una larga e interesante conversación. Quizás de las más hipnotizantes de mi vida....Continuará...









