domingo, 8 de marzo de 2009

La Medalla de la Vergüenza

El debate sobre los límites del arte persiste. No existe nada más subjetivo que la percepción artística, las emociones que despierta pertenecen a cada uno y no son equiparables a las de nadie más. En estas circunstancias, ¿Cómo establecer qué es arte y qué no lo es? Esta cuestión lleva dando tumbos mucho tiempo, sin haberse encontrado hasta ahora una respuesta válida.

Aún así, sorprende encontrarse con una lista como la recientemente publicada por el Ministerio de Cultura; se trata de la lista de premiados con la Medalla de Oro de las Bellas Artes. En ella, actores, cantantes, productores o directores de cine son premiados por su aportación a la producción artística nacional. Este año, como pasó en las últimas ediciones, entre los galardonados se encuentra un matador de toros; Francisco Rivera Ordóñez.

¿Matador? Si bien es cierto que, tal y como hemos visto antes, a día de hoy somos todavía incapaces de definir qué es el arte, sí que podemos hacer una aproximación. Y ésta no es otra que la emoción, la sensación, la impresión. Todo ello, son efectos inherentes a la vida. Completamente incompatibles con la muerte. La muerte no es arte, puesto que sin vida no hay emoción, ni sensación, ni impresión.

Hemos visto durante los últimos años como los defensores del arte de la muerte han reivindicado el carácter cultural y tradicional de sus prácticas artísticas. Recordemos el caso de Manganeses de la Polvorosa, ese pueblo de Zamora en el que lanzaban todos los años a una cabra viva desde lo alto de un campanario. Gracias a la presión de diferentes organismos nacionales e internacionales, se prohibió este tipo de espectáculo.


Encontramos otro ejemplo en Lekeitio –Vizcaya- donde es por tradición colgar a decenas de gansos de un puente para que los jóvenes del pueblo intenten arrancarles de cuajo la cabeza desde la ría.

La tradición no es legitimadora de la aberración. ¿Debemos aceptar y consentir la ablación, sólo porque lleva siglos realizándose en muchos países? ¿Y la lapidación?



Lamentablemente, todo se reduce al dinero. Vean sino como las peleas de gallos o de perros han sido terminantemente prohibidas y se castiga fuertemente a sus organizadores. En este caso, son dos animales que se matan entre ellos; en el toreo, es el ser humano quien humilla y tortura al animal hasta su muerte.

Y es que las peleas entre animales generan mucho dinero… dinero negro, y eso no interesa. Las autoridades hablan entonces de tortura y delito. En cambio, el toreo aporta unos ingresos muy interesantes para el Ministerio de Cultura. Sólo en la Plaza de Toros de Las Ventas de Madrid pueden asistir a una sola corrida unas 28.000 personas. En este caso, evidentemente, lo conciben como un acto cultural y artístico merecedor de una Medalla de las Bellas Artes.

Se han ganado, señores del Ministerio, la Medalla de Oro de la Vergüenza.

Felicidades.

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