domingo, 10 de mayo de 2009

El cine no es un trozo de vida, sino un pedazo de pastel

Dos hombres viajan en un tren. Uno le pregunta al otro:
- “¿Qué es ese paquete que hay ahí arriba?”
El otro hombre responde:
- “Ah, eso es un McGuffin.
El primero, intrigado, le pregunta:
- “¿Y qué es un McGuffin?”
-“Pues,” contesta el otro hombre, es un aparato para atrapar leones en los highlands escoceses.”
A lo que el primer hombre responde:
- “¡Pero si no hay leones en los highlands escoceses!
Y el otro hombre contesta:
- “¡Entonces eso no es un McGuffin!”

Alfred Hitchcock.

Hombre maniático, obsesivo y cineasta inconfundible, Alfred Hitchcock imprimió su sello personal en sus más de cuarenta películas.
Obeso de expresión boba -se trataba a sí mismo de “armario de grasa”, convirtió su físico en emblema comercial-, le encantaba coquetear con sus actrices rubias y, como ellas, con la celebridad. Tenía una genial capacidad para exponer a sus personajes a circunstancias extraordinarias.
Según Robert Boyle, director de arte de muchas de sus películas, Hitchcock sufría de la mayoría de las fobias que existen. Y muchas de esas fobias las representó en sus películas; Hitchcock temía a las alturas, a las arañas, a la muerte o al matrimonio.

Pero Hitchcock no sólo fue un director de cine; con el tiempo, el cineasta se convirtió en un personaje propiamente - apareció en todas sus películas con pequeños cameos-. Su carácter arisco, sucio y burdo fueron señas de identidad de su personalidad.
Incluso la periodista Oriana Fallaci lo entrevistó y aseguró que era un hombre asqueroso y odioso. Con todo, no hay ninguna duda de que fue el maestro del suspense y uno de los grandes maestros del cine mundial del siglo XX.

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